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viernes, 19 de octubre de 2012

Confiamos en quien nos quiere, en quien nos cura, en quien lucha cada día por nosotros,sin medalla. En quien te limpia la cara cuando lloras y te levanta la barbilla para decirte que mañana será un día mejor. En quien te anima. En el vecino que riega tus plantas cuando estas de viaje. En que el metro no llegue tarde esta vez. En cada paso que das. En que todo salga bien. En ti. Confias hasta que te decepcionas; hasta que derrepente sientes que nadie te quiere, que nadie cura tus heridas, que nadie lucha por nosotros en la guerra de la vida; que derrepente te encuentras llorando, sola, sin que nadie limpie tu cara, comiendote las amargas lágrimas una tras otra, que nadie te dice que mañana será otro día, apesar de que lo sabes. Porque ya nadie te anima. Descubres que el vecino olvidó regar tus plantas y aquel maravilloso clavel se marchitó sediento, que el metro ha llegado más tarde que nunca... que cada paso que has dado ha sido fallido, que ya no puedes fiarte ni de ti. Que ya no puedes confiar en nada y ni en ningun otro. Y en ese preciso momento te propones vivir las cosas como vengan. Aprender a no esperar nada de nadie; porque sabes que nadie espera algo de ti. Aprender a sorprender al mundo cada día. Enseñarle que si las cosas salen bien le regalarás un beso victorioso a la vida y que si salen mal la sonrisa tan bonita que se acaba de dibujar en tu boca no te abandonará nunca.

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