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domingo, 2 de agosto de 2015

Time pass by

Apoyaba la cabeza cerca de la ventanilla y cerraba los ojos con cada golpe de aire frío que entraba en el coche. Aquella noche le había pedido al chofer de su marido que saliesen a dar un paseo por las calles de Barcelona. Llevaba allí casi dos semanas y lo único que conocía bien era la tela granate y dorada que cubría las paredes de la habitación de hotel en el que estaba alojada. 
Cuando tenía los ojos abiertos miraba las calles como con una luz extraña en la mirada que ocultaba una inmensa soledad. Su pieza favorita de piano sonaba en la cinta que le dio aquel joven aquel verano. 
Ella estaba ciega. Al principio por una preciosa cinta de terciopelo rojo que con el tiempo, fue desgastando su tacto hasta hacerse áspera, llegando al punto de desgastar su mirada.  
Sus ojos eran profundos como lagunas de agua muy fría, de un azul turbio. Dejaba ver solo en su superficie una resistente capa de fina felicidad, provocada seguramente por el recuerdo de otros tiempos, que ocultaba la infelicidad que llevaba sintiendo durante años, visible únicamente por aquellos ojos que llevaba buscando los últimos meses deseosa de que la salvasen de su error. 
Creo que fue entre la quinta y sexta calle recorrida cuando pidió que parase. Bajó del coche y se acercó a una pequeña cafetería. Estaba cerrada, sin embargo había una pequeña vela que lucía en una de las mesas. Ella llamó y llamó, pero no abrió nadie.
Hicieron el mismo recorrido durante las dos semanas siguientes que le quedaban de estancia y fue la ultima noche la que esperaron en el coche hasta la mañana siguiente, hasta la hora de apertura. 
"¿Le apetecería un café Tom? " dijo con decisión. 
Sus ojos buscaban cruzarse con los del encargado del local; un maduro caballero de un humilde buen ver, aunque al mismo tiempo escondía su rostro tras la carta de postres. 
Cuando estaban a punto de irse vio a una de las camareras cambiar la vela ya consumida de la noche anterior por una nueva, y no pudo evitar preguntarle a que se debía tal gesto. La joven señorita le dijo casi susurrando que el humilde caballero pedía encender una nueva vela cada mañana en memoria de una chica a la que amo; justo en la mesa donde ella estaba sentada cuando se conocieron. No porque esta hubiese muerto, sino porque el siempre decía que un día ella dejo de ser ella sin un por qué y entonces se marcho y él mantenía esa vela encendida con la esperanza no solo de volver a verla sino de poder volver a mirar a los mismos ojos de los que quedo enamorado.
Ella cerró los ojos intentando recuperar a la chica que se sentó aquel día de verano en aquella mesa y dejo caer una lagrima como intento de limpiar su mirada, pero cuando abrió los ojos solo vio cómo subían su equipaje en el avión de vuelta a Londres. Y creo que fue ahí cuando se dio cuenta de que se le había pasado la vida buscando lo que ya tuvo una vez, en algún verano.